Desde hace varios años, en la época navideña hace su aparición un enorme San Nicolás inflable, que cuelga en uno de los edificios más reconocidos de la Ciudad de Caracas, antigua sede de uno de los bancos más grandes del país.
Luego de un breve descanso, en una hábil jugada publicitaria, este año se nos presenta conduciendo una motocicleta y cargado de regalos.
Siendo actualmente la motocicleta el medio de transporte individual, más popular en la ciudad y el de más bajo costo, la inmediata asociación es inevitable.
Prácticamente, convertido en el símbolo del consumo navideño de la ciudad; este San Nicolás ha sobrevivido a varias batallas durante las cuales ha recibido diversas heridas que han afectado su integridad intelectual, moral y física.
Y es que ni siquiera San Nicolás ha logrado salir incólume, en esta etapa de cambios y transformaciones que ha caracterizado a la sociedad venezolana, en esta última década.
Una de las batallas que ha enfrentado este conocido personaje, está relacionada con la presunta explotación ilícita de la propiedad intelectual del mismo. Un largo
proceso jurídico que empezó en el año 2001, aproximadamente, entre el creador del primer San Nicolás inflable, la empresa comercializadora y la entidad bancaria que lo utiliza como su imagen publicitaria navideña.
En otro flanco de guerra, San Nicolás se está enfrentando al resurgimiento de las tradiciones típicas navideñas impuestas desde el sector gubernamental.
Desde hace varios años, y con mayor énfasis desde el año 2006, en la gran mayoría de los entes públicos se
promueve la utilización de símbolos y tradiciones autóctonas, dedicados a la celebración de las navidades y el fin de Año Gregoriano.
Sinceramente, considero loable la iniciativa de rescatar nuestras raíces y comprendo el tema de la trasculturización y la utilización de imágenes e íconos; pero la estrategia de la imposición (aunque sea sutil) no es la más adecuada, pues usualmente causa el efecto opuesto.
Si hasta los chinos se emocionan con Santa...
En todo caso, esta entidad bancaria que mantiene grandes negocios e intereses con el sector gubernamental, persiste en la idea de mantener al gordito, barbudo y canoso colgando de una de sus torres.
Finalmente, las heridas más visibles que ha sufrido este San Nicolás, son los incontables tiros que recibe durante el periodo de tiempo que se mantiene expuesto.
Durante los días y, especialmente, en las noches algunos desquiciados habitantes de la ciudad evitan los costos de una práctica de tiro en una galería o lugar especializado, disparando impunemente contra el indefenso y sonriente muñeco.
Algunos son tan pésimos pistoleros, que aún con las descomunales dimensiones del San Nicolás, sus disparos impactan contra los vidrios, dejando huellas visibles desde lo lejos.
Afortunadamente, hasta la fecha no se ha informado de un empleado de dicho banco que haya sido lesionado como resultado de algún disparo; lo que me hace presumir que los vidrios son a prueba de balas.
Lamentablemente, tampoco he conocido de alguna persona que haya sido capturada o detenida por disparar en plena vía pública.
Foto: San Nicolás en la torre, tomada con mi teléfono móvil durante un amanecer caraqueño.