sábado, marzo 07, 2009

Dos realidades.

Algunos años atrás, tuve la oportunidad de tener bajo mi cargo varios jóvenes que estudiaban el último semestre de ingeniería y requerían realizar una pasantía laboral, para culminar exitosamente sus estudios.

Uno de ellos era un joven destacado por su impecable récord de estudios, provenía de una prestigiosa universidad y su padre es un reconocido y honorable empresario.

En una ocasión debíamos realizar una demostración de un nuevo producto en la sede principal de un banco, ubicado en el centro de la ciudad capital; por lo cual, designé al joven pasante la tarea de preparar los equipos informáticos requeridos, coordinar el traslado de los mismos y contactar personalmente al responsable del área de informática.

Para sorpresa mía me informa que no sabía llegar al banco; a pesar de encontrarse en una de las esquinas más conocidas de la capital y, adicionalmente, muy cerca de la Casa Natal del Libertador.

Menciona que una vez, cuando era niño, lo llevaron a visitar y conocer la Casa Natal del Libertador; pero no había regresado a dicho lugar.

Con el mayor desparpajo me dice que él prácticamente no conocía el centro y el Oeste capitalino porque era muy “peligroso, feo y había mucha gente...”.

Intentando conciliar la situación y tratando de comprender al desubicado individuo, le indico que los equipos serían trasladados por el servicio de transporte de la empresa, sino deseaba conducir su automóvil hasta el banco, tomase el Metro ya que una estación esta a dos cuadras del banco; a lo cual me dice que él no utilizaba el servicio de Metro, porque “a veces olía mal...”.

Molesto por la actitud excluyente y casi prepotente del joven, lo relevé de dicha actividad.

Me preguntaba como un futuro profesional tuviese una visión tan distorsionada de la sociedad a la cual pertenece, y adicionalmente tuviese tantos prejuicios, a su corta edad.

Posteriormente, descubrí que su ignorancia de la geografía capitalina se extendía a hasta las fronteras de la nación, pues el cuasi-ingeniero limitaba su actividad social a frecuentar ciertos lugares exclusivos, disfrutar del club de playa del cual su familia era miembro y los periodos de vacaciones académicas, los pasaba fuera del país.

En otro escenario totalmente diferente, mientras formaba parte de un equipo de fútbol, conocí a un joven que era un extraordinario jugador de este deporte.

Destacaba por su habilidad goleadora, su velocidad y la frialdad con la que se desenvolvía en el campo. Era poco conversador y apenas compartía con el resto de los jugadores.

A pesar de su hermética actitud, poco a poco alcanzamos a lograr cierta amistad y fui descubriendo la realidad de mi compañero de juego.

Vivía en uno de los barrios más marginados de la ciudad capital. Miseria y violencia era la cotidianidad en su vida.

Prácticamente, no conocía la capital a pesar que nació en ella y nunca había salido de sus límites.

Usualmente, el entrenador lo recogía en un lugar de encuentro común, lo trasladaba hacia las canchas y finalizado el juego o los entrenamientos lo dejaba nuevamente en el mismo lugar.

Había abandonado los estudios antes de culminar la primaria. No le agradaba utilizar el Metro porque era “muy complicado” y no estaba acostumbrado a estar rodeado de “tanta gente”. Nunca había asistido a un cine. Conoció el mar durante su niñez, pero no había regresado aun cuando varios balnearios playeros se encuentran relativamente cerca del barrio.

Fuera del fútbol, su actividad cotidiana estaba centrada, casi exclusivamente, en el lugar donde habitaba.

A cambio de algunas monedas, ayudaba a los vecinos a cargar las bolsas de mercados por las empinadas y serpenteantes escaleras, únicas vías de acceso a las humildes casas que componen el barrio. También se ofrecía como cargador durante las eventuales mudanzas de sus vecinos. Ocasionalmente, trabajaba como obrero en un fábrica ubicada en las cercanías.

Las tardes de los domingos las dedicaba a las apuestas en las carreras de caballos, que para esa época, eran transmitidas a través de la televisión en señal abierta.

Con el transcurrir del tiempo, comprendí que el medio ambiente donde había nacido y crecido el joven, habían modelado a un individuo con graves problemas estructurales para relacionarse e integrarse plenamente a una sociedad que le resultaba ajena, pusilánime para intentar cambiar su situación y temeroso de lo desconocido; el fútbol era su única vía de escape a su realidad existencial.

Ambos casos, pueden representar los extremos de la asimetría de nuestra sociedad, capaz de generar individuos mutuamente marginados y desarraigados de los conceptos de integración social; por ende funcionalmente incapaces de comprenderse entre sí.

Fotos: Ciudadanos realizando trámites de documentos, en el centro de la ciudad. Tomada con mi teléfono móvil.

7 comentarios:

Colotordoc dijo...

Lamentable desarraigo social por parte de ambos ciudadanos.
Luego nos preguntamos cómo saldrá adelante un país que ni siquiera sus propios ciudadanos conocen

Saludos

mi dijo...

Así es, Carlitos.
Increíble que en una misma ciudad haya gente con realidades tan distintas. Ésa es una de nuestras características como caraqueños, dicen quienes vienen por primera vez a Caracas. Se puede sacar mucho de eso, pero qué difícil es trabajar en conjunto.

En fin, así y todo, Caracas es un pañuelo, ¿verdad? jeje

Un beso

Anónimo dijo...

Me encantó esta entrada, es super gráfica y tiene mucha profundidad humana. Esos contrastes, chocan mucho, la verdad... "funcionalmente incapaces de comprenderse entre sí", y creo que en muchos casos a sí mismos...

Es más comprensible que en situaciones en que la realidad declara y es muy complejo abrirse a nuevos -o bien distintos- horizontes, haya gente que no se integre y que la sociedad "no integre" a esas personas, pero cuando en 'teoría' existen plataformas y continentes como para que esa integración se propicie, las cosas no son así... Paradojas planetarias...

Un abrazo, y un saludo a todas las chicas que pasen por aquí, feliz día.

Ema Pires dijo...

Amigo Carlos,
Es muy interesante ese tu anális real de un mudo que parece que nos sobrepasa. Mira, todavía puedo entender el segundo, porque me imagino que se necesita una gran dosis de coraje para salir de él, pero no entiendo ese chico que vive absolutamente fuera de la realidad y del mundo donde vive.
En Europa, eso no pasa... todavía. Cuando voy a grandes ciudades voy en metro y se ve de todo; gente elegante y perfumada y gente menos elegante. El metro es el mejor transporte para ir rápidamente de un punto de la ciudad a otro. Y hay que ser muy tonto para cojer el coche y estar 2 horas en un embotellamiento.
Pero la verdad es que para mí ha sido muy instructivo tu post. Y te lo agradezco. Siempre es interesesante saber cosas de otras culturas, tan cercanas y al mismo tiempo tan diferentes.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Ambos casos me parecen igualmente lamentables; ambos son producto del ambiente en el que se formaron y ambos usarán eso como excusa (baratísima, a mis ojos) para nunca salir de su propia estrechez mental.

mi dijo...

Pasando a saludarte. Un abrazo!

Azul... dijo...

Qué heavy! pero ambos casos se dan en todas partes, aquí mismo en Europa sin ir más lejos. Personas que no salen de lo que les es conocido con excusas baratas, teniendo las posibilidades de conocer otras culturas, incluso dentro de su mismo país...

Yo siempre me acuerdo de mi papá (que es español), que cuando mi hermano y yo éramos pequeños, nos decía que antes de salir al resto del mundo teníamos que patearnos toda Venezuela, y nos metió cada viaje inolvidable que no tengo palabras con qué agradecérselo...
Y como te hablo de Venezuela, te hablo de Caracas, avenida por avenida, barrio por barrio... mi casa era un variopinto paisaje lleno de estudiantes en la época universitaria de mi hermano y mía, que pasaba por todos los sectores sociales del país, y todos eran bienvenidos...

Chamo, te estás botando, cada post es una joya imperdible ¡te felicito!