Aproximadamente 4 años atrás, mientras jugaba fútbol, sufrí un considerable desgarre en en muslo izquierdo.
Esta lesión, además de alejarme temporalmente de la práctica de dicho deporte, me obligó a buscar alguna otra actividad física que sustituyera al fútbol y que me ayudara en la rehabilitación de mi maltrecha pierna.
Esa actividad debía cumplir con algunas condiciones:
1.- Debería gustarme, o apasionarme, al mismo nivel que lo hace el fútbol.
2.- Debería ser una actividad extenuante.
Tengo un problema... cuando asumo alguna actividad física o deportiva, lo hago hasta el límite. No debería ser así, pero no lo puedo evitar.
3.- Debería practicarse en un horario, que no interrumpiera mis actividades familiares y laborales.
4.- Las canchas o instalaciones deberían estar cerca de mi hogar.
Mientras realizaba esa búsqueda, un amigo me invitó a jugar Racquetball.
Conocía de la existencia del ese deporte, pero nunca lo había practicado.
Armado únicamente con una raqueta prestada por el mismo amigo, me lancé a la aventura de pegarle golpes a una pelota, que viaja a varios kilómetros por hora y que rebota como poseída por el Demonio de Tasmania, dentro de una caja de 12 metros de largo, por 6 de ancho y 6 metros de alto.
Debido al total desconocimiento de las técnicas de este deporte, los primeros juegos los sufrí corriendo desaforadamente detrás de la endemoniada pelota. Adicionalmente, los jugadores más expertos, aprovechaban mi inexperiencia para practicar nuevos golpes y trucos, por lo cual, terminaba totalmente agotado y con la ropa empapada de sudor.
Inicialmente, no me atraía en demasía el Racquetball, especialmente porque recibía unas palizas escandalosas.
Algunos alicientes siempre me hacían retornar a las canchas; la cercanía de las instalaciones, me hace sudar, me deja físicamente agotado y, quizá lo más importante, me permitía descargar todo el estrés del trabajo.
Mientras mas estrés..., más duro es el golpe a la ahuecada pelota. Una relación directamente proporcional.
Retaba a los más expertos (aún lo hago), me compré una raqueta muy sencilla para no depender de la gentileza del amigo y realicé algunas prácticas a solas. Poco a poco, fui dominando algunas técnicas y conociendo mejor la cancha.
El mes pasado me invitaron a un torneo regional de Racquetball conjuntamente con 40 jugadores más, entre los cuales se encontraba el campeón nacional en su categoría y algunos de los mejores jugadores de la capital.
Mi participación culminó al ser eliminado en octavos de final. Sin embargo, disfruté a plenitud el torneo porque me permitió compartir con jugadores de otras categorías, aprender aún más de este deporte y caer en cuenta, de lo difícil que puede llegar a ser el simple hecho de golpear una pelota contra varias paredes, y evitar que rebote más de una vez en el piso.
Como era de esperarse, el torneo lo ganó el campeón nacional casi sin sudar...
PS : A pesar de todo lo mencionado, aún no supera la sensación de una buena patada a un balón de fútbol.
Foto: Dos de los mejores jugadores del torneo.