¿Qué se siente ser papá?
Muchas veces me preguntaron. Les respondí lo más sincero que podía ser en el momento: “Luego te cuento...”
Hoy, sigo buscando las palabras que se aproximen a la descripción de la sensación; sin embargo, no se si lo logre, pues en el transcurso de tu vida te enseñan a comer, leer, bañarte, contar, rezar, casarte, etc,etc, etc, pero no te enseñan a ser papá.
Es extraño, pero mientras más conoces de la vida, mientras más entiendes lo complejo de la formación de un nuevo ser, mientras más base económica poseas; más temores se asoman ante la posibilidad de cumplir con una de las fases básicas de cualquier ser viviente: reproducirse.
Te anuncian el hecho, te asombras y te atemorizas al mismo tiempo. Lo tomas con calma, planificas, calculas, estimas y siempre tienes la sensación que falta algo y nunca terminas de saber que es lo que te falta.
Y llega el bendito momento...tu compañera es trasladada hacia la sala de parto.
Caminas al lado de la camilla, tratando de darle ánimo; cuando en realidad eres tu el que tiene la tormenta por dentro. La ves a los ojos y, creo que en ese justo momento, te das cuenta que todo lo que hayas podido hacer en tu vida, no se puede comparar con el poder que ella representa; y en un acto de natural sencillez que solo ella posee, te sorprende (como siempre) con una sonrisa serena que te refresca como un vaso de agua fría cuando tienes sed.
Entra a la sala.
Esperas...y piensas en todos los detalles que por nueve meses vienes planificando.
Esperas...y piensas en lo que tienes que hacer después del nacimiento.
Esperas...y te abruma el temor de algún problema durante el parto.
Esperas...e inevitablemente salta el recuerdo de tu padre, cuando te contaba su angustia cuando tu nacías.
Esperas...y aunque no quieras, vuelve el temor sobre la salud del bebé.
Esperas...y buscas consuelo en imágenes mentales de situaciones similares.
Esperas...e invocas a algún ente espiritual para que te calme las ansias.
Esperas...e intentas actuar como si todo fuese controlado por ti.
Esperas...y la sed que te habían quitado con la sonrisa serena, vuelve a aparecer.
Esperas, esperas, esperas, esperas...
¿Por qué tarda tanto?. Te preguntas... y apenas han pasado inconmensurables minutos.
¡Sr. Fulano! Oyes en el fondo, como cuando recibes un golpe fuerte y estas atontado.
¡Sr. Fulano! Grita la enfermera otra vez. Sabes que es contigo, pero no puedes reaccionar todo lo rápido que deseas; no sabes si correr o caminar; te molestas contigo, se te escapa el control que tenías; eres torpe, te indignas...
Finalmente, decides asomarte, toda tu mente se pone en blanco y el corazón se golpea contra tus costillas.
¡Es una niña preciosa!. Exclama la enfermera que apenas ves.
La observas. No hay pasado, no hay futuro, no hay nada, no hay nadie, solo el momento y un sentido trabajando a su mayor capacidad, tu vista fija en ella.
Detallas: ojos, boca, nariz, pelo, brazos, pies...todo bien.
Cuentas: 1,2,3...10 en su manos. 1,2,3...10 en sus pies.
Un gesto, que instintivamente asumes como una sonrisa hacia ti, te proporciona la total sensación de felicidad.
Llora y te despierta. Vuelves en ti. Te sonríes, ríes y explota la poderosa mezcla formada por sentimientos que tenías reservados y nuevos sentimientos. Caes en trance otra vez.
No conozco nada que lo iguale.
Ahí está ella.
Vuelve el pasado, vuelve el futuro, vuelven los familiares, vuelven los amigos y vuelve la calma.
Empiezas de nuevo a pensar. ¿Y ahora qué?. Ya veremos... No importa. ¿Quién sabe?
Hoy está en casa con su, evidentemente, admirada y amada madre, una abuelita que aporta la experiencia que requieren los nuevos padres y que la ciencia no puede sustituir; unos abuelos que remotamente siguen cada paso convirtiéndola en un nuevo motivo para sus vidas, un montón de tíos y tías esperando su turno para cargarla, un especial amiguito esperándola para correr el cochecito, una hemorragia de amigos y dos ángeles vigilando sus sueños.
Foto: 10 años después. Bailadora con falda negra.