Antes de iniciar toda esta disertación, deseo dejar en claro algo... !Amo el fútbol!. Me crié jugando fútbol en las calles y en los pocos espacios libres que nos deja la ciudad. Usualmente, no teníamos un verdadero balón, así que los envases de cartón de los jugos y bebidas achocolatadas rellenos con papel periódico, se convertían en el objeto de nuestras patadas y de alguna osada pirueta. Nada iguala la satisfacción de un caño o túnel, al atravesar el balón entre las piernas al adversario, o una corrida donde varios jugadores queden pasmados ante nuestro movimiento de piernas o un buen gol resultado de una patada asestada con toda el alma al balón. En esos ambientes aprendí a ver el fútbol como una expresión deportiva, y hasta artística, de la sociedad. Si aún no creen en esta sentencia, simplemente tomen un paseo por los diferentes partidos de las ligas nacionales de fútbol que las televisoras transmiten; siéntese relajadamente en su sillón preferido, preste atención y podrá observar la fiesta brasileña, el orgullo argentino, el pragmatismo inglés, la sobriedad alemana, el desparpajo holandés, la garra española, la racionalidad italiana, etc., reflejadas en su forma de jugar al fútbol. El hecho que con un simple balón hasta 22 personas puedan jugar simultánemente, y que además un gran número de personas puedan disfrutar de esa actividad, convirtió al fútbol en un deporte de multitudes. De la popularización a la mercantilización solo hubo un paso; pero ese paso cambió radicalmente la concepción del fútbol. Actualmente, el fútbol es un generador de inmensos capitales e intereses, que son hábilmente administrados por una gigantesca empresa llamada FIFA. La atracción que tales intereses pueden llegar a ejercer, son tan poderosas que las grandes corporaciones compiten encarnizadamente para obtener el patrocinio de equipos y jugadores, para ubicar sus mensajes publicitarios en los mejores lugares de los campos o en los espacios televisivos. Hoy en día, el contrato de un jugador de fútbol de la élite mundial, sumado a los contratos de publicidad y mercadeo, puede superar con facilidad el presupuesto de una pequeña ciudad. Esta situación convierte al jugador en una mercancía, un estandarte donde promocionar marcas o vender miles de franelas del equipo donde milite, y el fútbol pasa a un segundo plano. Tampoco voy a pecar de ingenuo, pensando que el fútbol debe quedarse atrás en esto que llaman capitalismo, pues evidentemente se requiere de grandes aportes económicos para mantener un equipo, y más aún, para llevarlo a competir hacia ciertos niveles; sin embargo, cada vez es más notorio que el fútbol está siendo dirigido y manejado por mercenarios que centran sus intereses muy lejos de las raíces del fútbol. Para estas fechas, cada cuatro años el Mundial de Fútbol está omnipresente en cualquier actividad publicitaria. Se estima que por lo mínimo 30.000 millones de personas, en más de 200 países verán los 64 partidos a través de sus televisores; unos 12.000 millones de Doláres danzarán por las manos de la FIFA. Nada mal ¿eh?...¿Será que esos números pueden incidir sobre el resultado de un Mundial?... Pero no todo es malo, como el fútbol requiere mantener su carácter de espectáculo de masas, cada vez se necesitan más jugadores capaces de mantener despierto el interés por este deporte. Las mejores escuelas de fútbol, siguen siendo las calles y los pequeños espacios que le dejan las ciudades a sus habitantes económicamente menos afortunados. Es precisamente ahí, donde millones de chicos patean sus balones de cartón o de trapo, por el solo hecho de divertirse un rato, buscando siempre la forma de evitar al compañero del equipo contrario, al poste de la luz, al quiosco que vende las golosinas, a los perros que se atraviesan, a las bolsas de basura y, con todo esto en contra, anotar el gol que lo hará otro día feliz. Es en ese momento, único e irrepetible, que nace la magia que algún día con mucha suerte lo llevará a participar en el baile de los capitales. Es una especie de justicia divina... Pero saben lo irónico de todo esto...no me perderé ni un partido del Mundial. Como siempre, no tengo un equipo favorito, solo con el transcurso de los partidos y con algunas cervezas en el refrigerador y otras tantas en mi torrente sanguíneo, buscaré aquel equipo que me haga recordar aquellos momentos, donde era tan valioso aprender un nuevo malabar con el balón como anotar el gol para ganar, y a ese equipo acompañaré hasta donde logre llegar. |
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